Fundamentación ética para
una espiritualidad cristiana
en la posmodernidad
La presente ponencia pretende lograr una
reflexión acerca de la nueva situación socio-cultural imperante en el mundo actual
llamada posmodernidad, y bajo este contexto realizaremos un esfuerzo por
vislumbrar la función de la ética en la espiritualidad cristiana. Es de importancia
conocer los alcances de estos conceptos en torno a la vida cristiana. En las
siguientes líneas trataremos de responder una pregunta fundamental: ¿Será
posible asumir una espiritualidad cristiana coherente con una praxis ética en
un contexto posmoderno?
Para comenzar nuestro diálogo hagamos un
par de precisiones sobre los conceptos involucrados más importantes. Lo hacemos
de modo breve pues durante todos estos días hablaremos de ello.
Posmodernidad
En primer lugar qué entendemos por
posmodernidad. Se trata aquí de un nuevo tiempo epocal cuyo advenimiento
propuso un cuestionamiento total de los valores modernos y su consiguiente relativismo;
relativismo que también vino a jugar en contra de los valores de la religión
cristiana, por considerarlos obsoletos en tanto ya no pueden pretender ser
norma común de toda la sociedad. La posmodernidad promueve una tendencia más
pluralista y escéptica, contraria a los discursos globales que querían
imponerse en la modernidad, promoviendo en su lugar la búsqueda de la felicidad
individual (individualismo), como puede ser el narcisismo, nihilismo, la pérdida de los
valores claros y correctos, como asimismo la presencia del hedonismo que propone la
búsqueda del placer solamente.
Ética
Existe un segundo concepto que debemos
asumir también: el concepto de “ética”. Ethos es la palabra de la cual se
deriva «ética», que significa inicialmente la morada humana, pero que más tarde
quiso describir el carácter, la manera, el modo de ser, el perfil de una persona.
Se refiere a las costumbres, usos, hábitos y tradiciones[1].
La ética viene a ser el código de reglas
o principios morales que rigen la conducta, considerando las acciones de los
seres humanos con referencia a su justicia o injusticia, a su tendencia al bien
o su tendencia al mal, llegando entonces la ética a ser normativa. Una persona
puede ser moral al seguir estos valores y normas; a) solo por conveniencia o b)
porque obedezca a sus convicciones y principios.
Como lo indica Leonardo Boff, hoy vivimos
una grave crisis mundial de valores. A la inmensa mayoría de la humanidad le
resulta difícil saber lo que es correcto y lo que no lo es. Ese oscurecimiento
del horizonte ético redunda en una enorme inseguridad en la vida y en una
permanente tensión en las relaciones sociales. Estas tienden a organizarse más
alrededor de intereses particulares que en torno al derecho y la justicia[2].
Este hecho se agrava aún más por causa de la propia lógica dominante de la
economía y del mercado, que se rige por la competencia y no por la cooperación.
Hans Küng en su libro “Proyecto de una
Ética mundial” ya presenta el tema de la ética como un componente religioso
indispensable tanto para la vida en sociedad, como para la paz mundial. Él cree
en la necesidad de una ética para toda la humanidad, dejando las diferencias,
aunque no son pocas. Apunta a elaborar un consenso ético mínimo para mantener
unida a la humanidad[3].
Espiritualidad
En tercer lugar, precisemos el concepto
de “espiritualidad”, tal como lo podríamos entender nosotros. El concepto de espiritualidad
ha sido presa de una confusión importante en los diferentes círculos de la
sociedad actual. En general es algo que va más allá de lo visible, lo tangible o
material y, sin embargo, de alguna manera, debe ser evidente a las percepciones
más sensibles. Hoy se puede observar que la gente muchas veces va en búsqueda
de una espiritualidad acudiendo a conceptos y prácticas generalmente orientales
donde la reflexión, la condición de trance, la conjunción de olores, texturas,
sabores y sonidos son considerados como una opción válida y real en su
búsqueda.
Por lo anterior, y como ejemplo, hoy no es difícil encontrar en
nuestro entorno un encanto por lo asiático, lo que se inicia entre otras cosas
por el contacto entre esa cultura y los soldados americanos[4] después
de la Segunda Guerra Mundial. Así, filosofías Indo-Budistas, yoga, zen y Hare
Krishna, entre otros, son cada día más comunes; todos en busca de la
espiritualidad y felicidad individual, sintonizando así con el pensamiento posmoderno
donde el individualismo y el narcisismo son la tónica importante.
Como lo expresa Juan Antonio Tudela,
estos movimientos manifiestan “un cierto anhelo de espiritualidad que llena
pero no requiere... posibilita el equilibrio de una vida... pero rehúye el
cuerpo a cuerpo de ese combate religioso en que el ser humano lucha consigo
mismo, se transforma o se pone en la piel de otros”[5],
es decir, este tipo de personas buscan lo propio.
La diferencia del cristianismo principalmente
radica en que el sentido de lo espiritual proviene del Espíritu Santo. La
espiritualidad viene a ser entonces la vida según el Espíritu, y se vive en una
ética donde la solidaridad, la fraternidad, el amor al prójimo, el cuidado de
los enfermos, de los necesitados y una larga lista de otros, pertenecen a esta
moralidad espiritual cristiana.
Espiritualidad y Ética Cristiana
En el intento de desarrollar una
reflexión del concepto de espiritualidad desde una perspectiva teológica indicaremos
que es el carácter o disposición hacia lo espiritual, y que está en oposición
directa con lo mundanal y lo sensible, es decir esto es una tendencia a las
cosas espirituales. En la Biblia podemos encontrar una instrucción clara al
respecto “no
améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del padre no está en él.” (1 Juan 2: 15).
Las condiciones éticamente correctas y
la moralidad cristiana no se dan por accidente simplemente. El guardarse para
Dios no es algo de decisión personal, porque aunque ese sea un sentir loable,
la fuerza que se necesita para realizarlo realmente debe venir de lo alto.
Ahora bien, ¿cuáles pueden ser los
rasgos esenciales de la espiritualidad cristiana en la posmodernidad? La
espiritualidad cristiana en el contexto de la posmodernidad es todo un reto. La
sociedad tiende a absorber al cristiano en la lucha por la subsistencia, una
verdadera batalla para no ceder ante tales seducciones. No obstante lo anterior,
la espiritualidad cristiana es posible y sigue teniendo valor en esta nueva
época.
Para el hombre que ha sido elegido y
justificado por Dios existe una nueva dimensión espiritual que experimenta su
vida. Calvino dice que el cristiano es regenerado para salvación por el poder
del Espíritu Santo y por la acción de la gracia de Dios. Esto implica
necesariamente un cambio integral en la persona de manera tal que los
principios éticos y morales que le regían son cambiados y mejorados
sustancialmente por los principios morales que el Espíritu imprime en la vida
de cada uno. Es así como el cristiano es impulsado a la búsqueda de su propia
santidad: “Dios imprime en nuestros
corazones el amor de la justicia”[6], y
las Escrituras exhortan a ser santos porque Dios es Santo (Lv 19,1-2; 1 Pe
1,16).
Es la gracia la que produce en el
cristiano esta ética correcta, la búsqueda continua de la santidad como un
anhelo primordial. Pero hemos de hacer la salvedad que para el cristiano
regenerado el Espíritu le guía y la gracia es imputada a su vida. En
consecuencia el actuar conforme a los principios morales de Dios no es una
imposición externa; es una disposición más bien interna impresa por el accionar
de la gracia en su vida y se identifica con la vocación cristiana. La nueva vida es la vida en el Espíritu, y que
implica no andar conforme a la carne sino conforme al Espíritu (Ro 8,1), porque
el Espíritu de Dios mora en vosotros (Ro 8,9).
En consecuencia la espiritualidad cristiana,
es una existencia que se deja interpelar por la presencia divina, transformando
el estilo de vida del ser humano. Este
estilo de vida a diferencia de lo que propone el posmodernismo es individual
pero también social, que busca la realización de la persona inserta en la
sociedad.
En tiempos posmodernos, la crítica hacia
las bases morales del cristianismo ha sido fuerte. Áreas tan importantes para
el cristianismo, como la sexualidad, la familia, la vida y otras conductas
sociales, se han visto relativizadas, causando incluso el que muchos cristianos
vean erosionado sus cimientos, tentándoles con transar o negociar sus
principios valóricos. Pero este tipo de
negociaciones no puede existir a la luz de los mandamientos bíblicos; en un
contexto estrictamente cristiano no es factible la subjetividad en temas
ético-morales; lo que no nos evita, por supuesto, el abrirnos al diálogo con
todo el mundo.
No obstante lo expresado anteriormente,
en cuanto a la vida cristiana en la posmodernidad en el concepto de una
espiritualidad-práctica coherente con los valores y principios predicados, también
se observa una disminución de la vida contemplativa, una falta de convicciones
claras. En palabras de Wolny “el cristianismo sufre una crisis vocacional,
acompañada a menudo de una crisis de identidad.”[7]
El cristianismo en la postmodernidad -no
hablo de todos los casos obviamente–, deja ver una falta de compromiso, lo que
se puede apreciar en muchos cristianos inmersos en un mundo consumista y
excesivamente materialista, en desmedro de lo espiritual, en donde pareciera
que la frase de Epicuro “comamos y bebamos que mañana moriremos” adquiere
sentido en el cristiano posmoderno, que en estas cosas en vez de ir a rescatar
a los otros muchas veces se ve contaminado por lo que se quería evitar. Una
actitud laxa, como la descrita aquí, no hace más que deteriorar la
espiritualidad del cristiano.
Una de las razones en la falta de
compromiso espiritual es el tema de la deficiente utilización del tiempo, un
problema propio de esta época en la que fácilmente nos dejamos envolver por
actividades poco provechosas y menos importantes. En consecuencia hemos caído
en un tipo de práctica cristiana en la que se lee menos la Biblia, donde la
práctica de la oración suele ser breve y la vida eclesial más escasa, reduciéndose
casi de manera exclusiva a los domingos. Muchas de estas realidades se pueden
apreciar en nuestras propias comunidades de fe. Aunque no deseamos generalizar,
bajo este cristal la espiritualidad actual de los cristianos no puede ser la
óptima, y no constituye el mejor ejemplo a nuestros hijos ni a la comunidad en
general.
Otro rasgo de la espiritualidad en la posmodernidad
es la inclinación a buscar experiencias más emocionales y rápidas, que den
respuesta al desgano y estrés del que se es víctima. Los cultos se vuelven en
ocasiones momentos de relajo, donde la motivación por medio de la música y
“ministraciones” pastorales busca calmar dolores emotivos y psicológicos. Por
lo mismo la figura del pastor muchas veces se distorsiona en tanto se busca en
él más un motivador emocional y carismático, que un pastor que predique
doctrina y disciplina espiritual.
El resultado de una supuesta espiritualidad
que deja caer su peso sólo sobre bases emocionales nos podría hacer dudar
acerca de la real acción del Espíritu y la gracia sobre tales personas. En ese
caso, la conducta ética de las personas, como cambios de conducta, amor al
prójimo, solidaridad y entrega, sólo se podrían considerar como buenas en tanto,
usando terminología reformada, serían nada más que obras de la gracia común y
no de la gracia salvadora.[8]
No obstante lo anterior podemos
preguntarnos ¿existe verdaderamente una relación entre ética y espiritualidad
cristiana en la posmodernidad? Nuestra respuesta siempre será afirmativa,
puesto que en el creyente verdadero, lo espiritual y lo ético pasan a ser dos
dimensiones de una misma realidad que se condicionan mutuamente, se
complementan y no pueden actuar de manera separada.
El verdadero
cristiano disfruta la espiritualidad y la vive fuertemente en forma personal y dentro
de su comunidad. Los actos que realiza son derivados del amor de Dios que
imprime en su interior ese mismo amor por el cual es capaz de amar a su prójimo
como a sí mismo (Mt 22,39), ejemplo de espiritualidad y práctica ética conjunta
y objetiva.
Por otra parte, las críticas que la
posmodernidad ha hecho contra el cristianismo acarrearon severas consecuencias.
Ello se advierte en una sociedad que se ha cerrado más a los discursos
totalizantes y ya no parece interesarse por lo que la fe cristiana pudiera
decir en materias valóricas, por considerarlas impositivas. Hoy ya casi no
importa lo que la Iglesia pueda decir como bloque institucional, porque la
cultura aprecia más la opinión de los individuos. Ahora bien, muchas veces el
propio cristianismo ha sido responsable de estas críticas posmodernas en tanto
que en la práctica no hemos sido capaces de demostrar la suficiente coherencia
entre lo que decimos creer y lo que hacemos. Junto con ello nos presentamos
intolerantes hacia el actual contexto cultural, mostrándonos abiertamente
incapaces de poder interpretar los nuevos tiempos. Visto así, somos entendidos
como comunidades religiosas muchas veces anacrónicas.
En la cultura posmoderna, los mensajes y
mandamientos religiosos están siendo claramente desoídos y van en retroceso,
mientras que los movimientos abiertamente contrarios a la vida, como en el caso
del aborto, por ejemplo, pasan a tener mayor tribuna bajo el supuesto estandarte
de la libertad. Para los cristianos este hecho está siendo una verdadera prueba
a la firmeza de sus convicciones. Si lo vemos positivamente, consiste en un
verdadero reto a conservar la postura de la fe bíblica frente al nihilismo
posmoderno. Pero cómo hacemos para mantener nuestras convicciones firmes ante
estos temas valóricos sin ser tildados de discriminadores, anticuados y
opresores, entre muchos adjetivos más. Y por otra parte ¿qué hacer para
mostrarnos más proactivos y no aparecer como gente indiferente que no desean
inmiscuirse en temas político-sociales, sino que en verdad somos capaces de
aportar con nuestra opinión desde una mirada dialógica y considerada hacia
quiénes no creen como nosotros?
Es claro que existe lo que podríamos
llamar una decepción posmoderna hacia las religiones tradicionales, dada en
cierta medida por el mismo carácter de la posmodernidad, pero también a causa de
que hoy se ve en el cristiano una
espiritualidad mal entendida, que en búsqueda de lo trascendente y de la
santidad, sigue permaneciendo al margen de muchos aspectos de la vida en
sociedad. En el contexto postmoderno el cristiano no puede seguir pretendiendo
“escapar” del mundo para ser más santo; por el contrario, es en este contexto
donde estamos llamados a realizar nuestra labor por el prójimo, nuestra lucha
por la reivindicación de los pobres y desposeídos, de los niños y ancianos en
abandono, y de la dignificación del ser humano bajo los valores y ética
cristiana. Los teólogos y aspirantes a teólogos debiéramos no ser teólogos del balcón[9],
sino bajarnos de él y ser más teólogos del camino y de la vida diaria. Todo esto para que nuestra ética y
espiritualidad no sea alejada ni rígida, sino más bien sensible a los derechos
y necesidades de los demás, y capaz de dialogar con la cultura en este
escenario actual.
Lo anterior no significa de ninguna
manera que en la búsqueda por ser pertinentes y relevantes a la posmodernidad
convirtamos al cristianismo en una religión a la carta, superflua y vana[10].
Entonces, ¿será posible asumir una
espiritualidad cristiana coherente con una praxis ética en un contexto
posmoderno? Pensamos que se deben doblar los esfuerzos por parte de la
comunidad de fe, con sus pastores y líderes, por guiar a los cristianos hacia
una espiritualidad que demuestre consecuencia desde la praxis ética correcta;
fundamentalmente desde una praxis que nazca verdaderamente del evangelio de
Jesús, y que demuestre con acciones concretas aquello que creemos firmemente.
Nuestra espiritualidad, debidamente coherente con nuestras acciones éticas, no puede
contagiarse del relativismo individual que la posmodernidad trajo consigo. Pero
este binomio espiritualidad-ética será más robusto aún si lo practicamos en
consideración a la sociedad en general, y no sólo como una práctica que sólo
los cristianos podemos realizar. Aquí deberíamos volver a la propuesta de Hans
Küng que proponía una ética para toda la humanidad, y no algo parcializado y de
conveniencia para unos pocos.
Ante esta realidad existen también
grandes retos para el cristianismo, no tan solo de conservar la fe y la
espiritualidad de los cristianos actuales, sino que además hacer lectura sabia
de los tiempos y de las nuevas realidades epocales, junto con hacernos cargo
responsablemente de aquellos nuestros propios errores y malos ejemplos que han
contribuido a que la sociedad posmoderna se mantenga escéptica frente a nuestro
discurso.
A través del retorno a las fuentes de la
firmeza espiritual, la Biblia, la vida en oración, el esfuerzo individual y
conjunto con la comunidad de fe por la santificación, la vida contemplativa y
la búsqueda de la espiritualidad de lo alto, es posible sin lugar a dudas
poseer una espiritualidad coherente a una praxis ética en este contexto posmoderno.
Si nuestra espiritualidad es consecuente con un discurso y práctica ética
hermanable y en diálogo con la cultura –no impositiva–, entonces ahí quizá
nuestro mensaje sea mejor recibido.
[1]
Boff Leonardo, Ética y Moral la búsqueda de los fundamentos, Cap. 2, Pág 25
[2]
Boff Leonardo, Ética y Moral la búsqueda de los fundamentos, Cap. 2, Pág 16
[3]
Küng Hans, Proyecto de una ética mundial, Trotta, Pág 167
[4]
Cruz Antonio, Postmodernidad, Clie, Pág. 125
[5]
J.A.Tudela. La religión y lo religioso hoy, Valencia, pág 11
[6]
Calvino Juan, Institución de la Religión Cristiana, III,VI, 2
[7]
Witold R. Wolny, El mundo postmoderno y la religiosidad, Escuela abierta, pág
70
[8]
Berkhof Louis, Manual de Doctrina Cristiana, pág. 196
[9] Jhon A. Mackay.
[10] Pacheco José, La postmodernidad
y su efecto en las iglesias evangélicas latinoamericanas, Teología y cultura,
agosto 2007
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